jueves, 11 de marzo de 2021

Mi miedo a la muerte

Inmenso, inconmensurable. Paralizador y al mismo tiempo inquietante, movilizante. Una presión en el pecho que me obliga a moverme, a llamar a alguien, a distraerme de algún modo, prender la tele, poner música, moverme. Paralizado y moviéndome al mismo tiempo. Sin poder procesarlo, ni solucionarlo, ni resolverlo. No puedo conceptualizarlo, ni escapar, cada noche viene a visitarme. El miedo, pánico, a ese no sé qué. A la ausencia, a la falta de conciencia, a la incertidumbre. Que difícil lo que no entiendo, me anuda la garganta, me aprieta el pecho me revuelve el estómago. Pero sobretodo me trae una conciencia de finitud insoportable, intolerable que de todas formas llevo dentro de mí siempre, agazapado. ¿Debería tener hijos? Así se trasciende o se vence el fin de la vida. El ridículo de esta existencia, el ridículo que me quita la ganas de accionar. Me siento pequeño, de alma pequeña, sin entendimiento de la compleja profundidad del Universo. Que mierda, que angustia, que espanto tan grande. El miedo, el problema es el miedo, el miedo enorme. Miedo, miedo, miedo, quizás si lo digo mucho… Hago un esfuerzo por dejar que el miedo me tome por completo, pase por mi cuerpo y finalmente se vaya. Pero vuelve cada noche, todas las noches. ¿Necesito una pareja? ¿Una familia? ¿Un entretenimiento nocturno? Escribo para quitarme el miedo y dejarlo en esta hoja. Espero funcione, aunque no creo… aunque suelo ser dramático, dentro mío. Para fuera soy tranquilo, pero por dentro soy dramático, operístico, trágico. El miedo a la muerte me acompaña desde que tengo uso de razón. Mi madre, la que murió en mis brazos, con la cara violeta y la lengua afuera. A la que intenté hacerle respiración boca a boca sin ningún resultado, ella una vez me dijo: “El miedo a mi me lo quita cuando veo a una persona muerta, porque le veo una expresión de paz en el rostro”. Puede que sea cierto, no lo recuerdo ni con ella, ni con mi papá. De mi papá recuerdo mirarme con cara de extrañado, sin saber que estaba pasando mientras entraban médicos y enfermeras a la habitación y me pedían que salga. La última mirada que le vi fue de extrañeza, no entendiendo y cuando lo volví a ver ya no estaba. No en ese cuerpo por lo menos. Antes de morir mi madre dijo muchas cosas, una fue que no tenía miedo a morirse, otra que me agradecía por estar con ella en ese momento. Ese momento en el que ella sabía lo que estaba pasando, o creo que sabía y yo no tenía idea de que se iba a morir en los brazos de golpe, sin que pudiera hacer nada. Todos los días pienso en lo que podría haber hecho, repaso ese día, el día anterior. Se me hunde el pecho, se me anuda la garganta, me paralizo, me paralizo inquieto. Tuve el privilegio de ser quien estuvo en el último momento de la vida de mis padres, de acompañarlos en esa transición dice mi psicóloga. Un privilegio. A veces lo siento un privilegio, una expresión enorme de amor ente ellos y yo, y otras veces quisiera no haberlo vivido, no verlos irse. No cargar con esas imágenes en mi cabeza, poder olvidar el rostro violeta de mi mamá, la cara de extrañeza de mi papá antes de salir de la habitación ¿Le dije que lo quería antes de salir? No me acuerdo, creo que no, pero se lo había dicho unos días antes. Me gusta escribir, debo estar exagerando todo un poco, es mi interior dramático el que escribe, el que no sale nunca, él que se abraza al miedo todas las noches y me susurra al oído que me estoy por morir, en cualquier momento, me estoy por morir. Espero escribir me saque el miedo, no creo, no creo, pero espero que sí. Me gusta escribir. Y lo hago tan poco, tan poco. Hago tan poco lo que más me hace feliz, escribir, crear. Que poco me siento a escribir, me merezco escribir todos los días, aunque nadie lo vaya a leer. Que miedo, que miedo a todo. Que miedo a escribir. ¿Me da miedo escribir? Creo que no, o si. Escribir o morir o morir escribiendo. El espanto, paralizado pero inquieto. Se me estruja el pecho. Lo dejo todo acá, a ver si me lo saco de encima.